jueves, 13 de enero de 2011

Entender la interna de la Unión Cívica Radical



 

Ya queda claro que Eduardo Duhalde no logra mover el amperímetro de la pasión política, y el resto de los potenciales referentes del espacio están buscando toldería para cobijarse.
 

Es en realidad nuestra previsión, nuestra esperanza de acontecimientos felices lo que nos llena de alegría, que atribuimos a otras causas y cesa para dejarnos caer nuevamente en la tristeza si ya no estamos seguros de que se realizará lo que deseamos. Es esa creencia invisible la que sostiene siempre el edificio de nuestro mundo sensitivo, y privado de lo cual, vacila.”
Marcel Proust, En busca del tiempo perdido.
 
La historia de toda fuerza significativa se entrecruza con las peripecias nacionales y permite comprender –en sus puntos críticos– el lugar de esa colectividad en la división social del trabajo político. Por tanto, entender la historia nacional y entender la inserción de la Unión Cívica Radical forma parte de un problema único, con matices diferenciados. Como la novela radical se inicia en el siglo XIX, cuando la Revolución del Parque, es preciso arrancar de allí. 
La crisis capitalista global del 1890 –la primera que afecta en términos nacionales a la flamante República, tras la federalización de Buenos Aires– derrumbó el unicato del presidente Juárez Celman. Si bien el levantamiento armado terminó fracasando, sirvió para deponer al presidente y reubicar, en el sillón de Rivadavia, a Carlos Pellegrini. El objetivo implícito del heterogéneo bloque revolucionario, que incluyó a Hipólito Yrigoyen y Leandro Alem,  estaba cumplido: limitar el festival de negociados irresponsables del entourage presidencial.
Así y todo, un modelo de revolución quedaba establecido. La UCR nunca se propuso vencer con las armas en la mano, le bastaba ser la solución electoral del conflicto político. En otros términos, la derrota de la UCR en sucesivas intentonas revolucionarias siempre fue voluntaria, pese a contar con mayoría en el cuerpo de oficiales, como correctamente reconociera Raúl Alfonsín en su discurso inaugural de 1983.
El programa radical sirvió de piso a la actividad política de la sociedad, se redujo a decidir quién decidía, pero de ninguna manera qué se decidía. Ese fue su comportamiento entre 1916 y 1930. No se trata de una responsabilidad excluyentemente radical. El Partido Socialista, la otra fuerza centenaria, pudo jugar un papel muchísimo mas dinámico: si en lugar de mantenerse al margen de las intentonas radicales, las hubiera respaldado; si en lugar de apostrofar la impura “política criolla”, hubiera seguido los consejos del ingeniero German Avé Lallemant, golpeando juntos y marchando por separado; entonces, la implicación de los trabajadores extranjeros habría excedido los estrechos límites de los sindicatos, para afectar decididamente el escenario nacional. 
Quien entendió admirablemente el problema fue Roque Sáenz Peña; por eso dictó la ley que permitió el voto universal según padrón militar, dado que trababa definitivamente la alianza plebeya. Radicales y socialistas se miraron como competidores hasta después de la crisis del ’30. Y desde el gobierno, la UCR –tanto con Yrigoyen como con Marcelo Torcuato de Alvear– se limitó a democratizar levemente el consumo de la renta agraria sin modificar un ápice la lógica económica-política de importaciones del bloque de clases dominantes. Era claro, la UCR no iba más lejos que la Sociedad Rural, y eso quedó definitivamente claro ante al Plan Pinedo de 1940.
Frente al peronismo histórico actuó según esta precisa regla: solución electoral de la crisis política. En 1955 no dirigió el golpe, se limitó a usufructuar las ventajas de la proscripción popular. Ese fue el comportamiento de Arturo Frondizi (1958-1962) y Arturo Illia (1963-1966), y recién en 1972 Ricardo Balbín cruzó el charco. En lugar de referenciar al masivo electorado gorila, buscó un diálogo posible con el general Perón. Ese viraje, sumado a la confluencia de todo el arco parlamentario en respaldo al golpe del ’76, hizo posible el triunfo electoral del alfonsinismo; primero en la interna, después en la nacional. A caballo de esa estrategia se refundó la UCR, y a resultas del estallido de 2001 el partido se redujo a una expresión mínima. 
 
LA INTERNA, LA NACIONAL. La disputa campera permitió a todas las corrientes radicales resintonizar electoralmente. Las urnas durante 2009 fueron las mejores en mucho tiempo. Sin embargo, el gobierno nacional, de la mano de Néstor Kirchner, había cooptado a uno de los gobernadores exitosos, sumándolo a la fórmula presidencial del Frente para la Victoria. El resultado está a la vista: Cleto Cobos resultó uno de los dos candidatos con chance, el otro es Ricardo Alfonsín. De modo que la interna radical está encabalgada, de algún modo, con la lógica K. 
Esa por cierto no es la novedad. Todas las internas operan en la misma banda. Pero aunque el bloque de clases dominantes pareció optar por el Peronismo Federal para frenar el predominio K, las peripecias de la política parecieran abortar esa opción. Ya queda claro que Eduardo Duhalde no logra mover el amperímetro de la pasión política, y el resto de los potenciales referentes del espacio están buscando toldería para cobijarse. En ese punto, la interna de la UCR cobra una importancia que no estaba en los libretos de nadie.
Para un partido golpeado, esta posibilidad cambia su humor interno. El universo del “mundo sensitivo” de la UCR conquistó un rango de vacilación inédito. Esto no significa que vaya a ganar las elecciones de 2011, pero ya queda claro que la oposición eficaz sólo puede militar en sus raleadas filas.

Fuente: http://tiempo.elargentino.com/notas/entender-interna-de-union-civica-radical

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